
Después de un cuarto de hora, el autobús continuaba sin venir. En la acera de enfrente un par de drogadictos se apoyaban uno contra el otro ayudándose a caminar. Nunca he tenido miedo a los drogadictos, ni a nada, teniendo en cuenta de que me crié en un barrio cuasi-marginal, sin embargo, un montón de terrores se agolparon en mi cabeza, pensé que me había metido en alguna zona cercana a un poblado chabolista y cosas de ésas que se pasan a una chica sola por la ciudad que se ha perdido porque no ve, ya que se le han olvidado las gafas en casa, y que encima no lleva móvil.
Gracias a los Masters del Universo que velan por mí y por mi seguridad, apareció un autobús. Me subí. Dentro había un par de viejecitas adorables con su bastoncito, y un chaval con una especie de guitarra enorme (pido perdón por mi absoluta ignorancia en lo que a instrumentos musicales se refiere). En la siguiente parada se subieron 3 personas más, lo que me dio cierta tranquilidad. Entre todas esas personas, había entrado él.
Andaba con dificultad porque tenía una acentuada cojera. Llevaba una especie de rebeca verde de lana llena de agujeros. Tenía el pelo sucio, pero aún así se podía ver perfectamente que era de color rubio ceniza. Era un drogadicto, como los que había visto antes, pero éste era diferente. Cuando levantó la cara fue cuando más me sorprendió: tenía unos ojos color azul como los que nunca había visto en mi vida (incluso más bonitos que los ojos de uno que los que me conocen ya saben) y su cara, también sucia además de huesuda por los efectos de la droga, era totalmente deslumbrante. La gente en el autobús lo miraba. A nadie le pasaba desapercibido.
Yo estaba justo en frente de la puerta, él se situó al lado de la puerta. Levantó la cabeza y me miró. En un momento, me imaginé cómo un hombre, con un increíble parecido con Gabriel Aubry (el novio de Halle Berry) que en la vida normal debería ser hermoso y rubio como la cerveza, que debería estar rodeado de mujeres hermosas, había acabado en un solitario autobús con rumbo desconocido acompañado por dos señoras mayores, un adolescente con una guitarra, un matrimonio de mediana edad y de una chica (yo) que no paraba de mirarle porque no podía.
Una mujer se acercó a la puerta para salir, un frenazo del autobús hizo que sin querer empujase al enigmático drogadicto. le pidió perdón inmediatamente y él la respondió que no se preocupase.
No sé si tendría el pecho tatuado con un corazón, pero lo que sí puedo asegurar es que en su voz amarga había la tristeza doliente y cansada del acordeón.
Llegamos a Atocha, donde decidí bajarme porque ya estaba cerca de mi casa. Me acerqué a la puerta y ya a su lado me miró otra vez. Si la vida hubiese sido normal para este chico, en ese mismo momento estaría conduciendo su porsche acompañado por una tía tipo carmen Electra, y sin embargo estaba en un cutre autobús acompañado por mí, que no soy carmen Electra pero también tengo unos ojos bonitos.
Me bajé en la parada y vi cómo poco a poco se fue, con rumbo ignorado, en el mismo barco que lo trajo a mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario