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Lo tengo claro, en cuanto tenga oportunidad huiré de la ciudad como de la peste.
Para mí no hay nada más especial que la tranquilidad y calidad de vida que ofrecen los pueblos. Me encanta el silencio a la hora de la siesta que se respira en Navaluenga, y no como aquí que es la hora favorita para que mi vecina ponga bachata (género musical que odio a más no poder), me gusta que mi sori puede ir suelta sin correa sin miedo a que la atropellen o me la roben, el olor a tierra mojada, el sabor de la comida es diferente, puedes ir vestida como quieras sin que te miren, oir el canto del gallo por la mañana, comprar las verduras a las ancianas del pueblo que las venden en las puertas de sus casas y que pesan con unos cacharros súpercuriosos, ir al río y escuchar cómo el agua corre en su cauce, ver las montañas y el cielo...
Me encanta ir a comprar bollos a la pastelería (ahora con mi régimen, ya veremos) y comer bambas de nata y pepitos de crema, ir al mercadillo los miércoles, aunque nunca compre nada que verdaderamente necesite, leer mis revistas mientras bebo mi café en la sobremesa en total silencio, pasear en septiembre entre las moras que están madurando, ver a las vacas pastar en tranquilidad, son cosas que algunas personas disfrutan diariamente y que yo estoy condenada a extrañar.

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