Hace un año y medio descubrí un plan tremendo que tenían las peluqueras de Madrid. Al parecer habían hecho una especie de competición por ver quién me dejaba más horrenda.
En mi infancia no recuerdo ni una sola vez que no hubiese salido a lágrima viva de las peluquerías. Entrar con una lustrosa melena rubia y salir con un rastrojo corto era para mí algo habitual, eso si antes no me habían achicharrado la cabeza con el agua caliente o si no me había entrado agua en los oídos.
Cuando fui adolescente cometí muchas locuras con mi pelo (como cortarme las puntas) que me terminaron de desequilibrar psíquicamente.Harta de tanto sufrir, y de tantas lágrimas derramadas, opté porque mi gran amiga la crispy (prometo contar una por una las aventuras que viví con ella que fueron increíbles) ejerciese de peluquera y me cortase el pelo, mientras yo estaba sentada en un taburete en su patio. El resultado fue igualmente horrible, y acabamos las dos llorando, pero por lo menos no me cobró y además sabía que el estropicio no había sido adrede, por lo que el disgusto no me duró mucho.
Cuando crecí, quise con todas mis fuerzas que mi pelo creciese, que fuese laaaaaargo como una de esas película españolas de desgracias, de cáncer y de paro (casi todas, vamos). ¡Y lo he conseguido!, eso sí, mi pelo ya no es tan rubio ni tan bonito como antes. Bueno, pues ahora que por fin puedo decir que tengo el pelo largo he de decir con todo el dolor de mi corazón que manterlo es un coñazo.
Mi pelo es ondulado a lo Rita Hayworth, pero muy raro y no queda bien, por eso siempre me lo aliso. Primero me lo seco con el secador y el brushing y posteriormente, pasado un buen rato le paso la plancha. Diariamente. Sólo en el pelo me puedo tirar perfectamente media hora cada vez que salgo. Y luego está el tema de la mascarilla. Antes sólo la utilizaba los domingos, pero ahora tengo que usarla tres veces a la semana, e incluso algunas veces duermo con ella.
Todos los cuidados que le dispenso a mi pelo no sirven de mucho, ya que a las pocas horas ya se me ha chafado y parezco recién salida de la selva amazónica.
Reconozco que durante mucho he vivido completamente obsesionada con mi pelo, sobre todo, porque no puedo soportar el pelo sucio. Como me quede me da igual, pero antes de que esté sucio me mato. De hecho, uno de los síntomas más claros y que pone a mis progenitores sobreaviso de que estoy enfermando gravemente, es por mi pelo, porque si estoy verdaderamnte enferma no me lo lavo en una semana, que creo que ha sido mi sucio récord.
Y todo para nada, porque ya os digo que no me luce nada todo el tiempo que le dedico.
Ahora me lo corto yo. Si lo jodo, no pasa nada, porque yo he sido la responsable. No conozco cosa más cruel y espantosa que, después de que te hayan dejado hecha una mierda, y mientras intentas reprimir las ganas de llorar mientras te pones la capucha para que no te vean, encima...te cobren. Y un huevo además.
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